jueves, 6 de abril de 2017

Hola 2017

Wow, ya han pasado 3 años desde la última vez que escribí en el blog. Me han han pasado tantas cosas que he madurado todo lo que me hacía falta para ser formalmente un adulto, porque déjenme decirles que el tener 18 o 50 años no te hace uno, hasta que las experiencias de vida te van moldeando.

En mi caso me hacía falta una de las principales: vivir una historia de amor como en las películas o cuentos, en otras palabras, enamorarme. Ser correspondido por primera vez fue como vivir dentro de un sueño, aprendí tantas cosas sobre la vida, sobre mí mismo que siempre estaré agradecido.

No todo fue increíble, también sufrí mucho cuando esa relación terminó y fue ahí donde el Ernesto de antes hizo catarsis para transformarse en el de ahora. La verdadera misión de la persona a la que amé no era el de permanecer en mi vida, sino el enseñarme una de las lecciones más grandes en mis veintitantos años: Amar incondicionalmente, dar lo mejor de mí sin esperar nada a cambio, desear lo mejor para alguien aunque nunca se vayan a volver a ver, guardar el dolor en el fondo y sonreír para hacer sentir mejor a la persona que quieres y así no causarle más angustia el día de la despedida, decir que vas a estar bien cuando por dentro te estás rompiendo en miles de pedacitos.

Hubieron días en los que estuve a punto de lastimarme a mí mismo para que el dolor físico opacara, por lo menos por un segundo al dolor emocional que me destruía en descargas de pesar y desconsuelo. Otros días parecía que ya todo había pasado, pero al subir a mi habitación y apagar las luces las lágrimas escurrían sin ni siquiera pensarlo.

Tenía que superarlo, tenía que levantarme de las cenizas y así lo hice. Poco a poco comencé a centrarme solo en las cosas positivas de la vida, a hacer lo que más amaba. Y el amor hacia la vida todo lo cambia y me cambió por completo. Mi sonrisa volvió, comencé a vivir en el presente y no en el pasado y logré hacer cosas que nunca habría imaginado hacer antes; como escribir dos libros, ir a un orfanato a regalar juguetes en navidad, pintar con acuarelas.

Para finales de 2016, el Ernesto de antes había muerto para siempre. Ahora amo vivir, amo hacer lo que más me gusta, amo disfrutar el ahora, amo y acepto a todas las personas tal cual son sin intentar cambiarles nada.

Estoy muy agradecido con la persona que amé en 2015 porque estoy seguro de que antes de nacer, me quería tanto que decidió aventurarse a que nos encontráramos en esta vida para así poderme enseñar una de las lecciones más grandes: Amar incondicionalmente a la vida y a las personas. Tenía que doler, pero las enseñanzas más grandes solo así se aprenden.

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